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viernes, febrero 03, 2006

Sudamérica está cambiando


Que Sudamérica esté cambiando no es noticia. Precisamente el problema fundamental de Sudamérica es que siempre está cambiando: cambia todo para que nada cambie.
Pero la buena noticia es que ahora podría estar cambiando hacia la estabilidad y al mismo tiempo hacia políticas progresistas y no dependientes de Estados Unidos. Aquí me voy a referir sólo a Sudamérica, y no a todos los países que la integran y voy a hacerlo manejando la poca información obtenida en las últimas semanas en Argentina y Uruguay (y la que ya traía conmigo, claro está), por lo que este es un repaso altamente discutible. Sin embargo, intento mantenerme en los límites que marca una mínima objetividad en el manejo de los datos. Otra cosa son mis opiniones personales en las que el componente subjetivo, inevitablemente, será mucho mayor. No pretendo decir que así son las cosas, sino que yo, en este momento, las veo así (más información o mejores argumentos me harán sin duda variar algunas consideraciones. Afortunadamente, como decía un escritor checo que leí hace poco, cualquiera que lea esto tiene la posibilidad de contrastar lo que digo y encontrar más información (puesto que al menos tiene acceso a Internet). La propia opinión no se fabrica, o no debería hacerse así, leyendo a los que piensan como nosotros o los que repiten lo que ya sabemos, sino buscando el contraste y la diferencia.

En este momento gobiernan distintas variantes de la izquierda en Brasil (Luiz Ignacio Lula Da Silva), Uruguay (Tabaré Vázquez), Argentina (Nestor Kirchner), Chile (Michele Bachelet), Bolivia (Evo Morales) y Venezuela (Hugo Chavez). Otros añaden a Ecuador.
Hay tantas diferencias entre ellos, que apenas hay semejanzas.
En Uruguay y Chile se trata de una izquierda de corte socialista y en general menos personalista o populista. En Argentina, Kirchner es peronista, pero un peronista converso, reciente, no muy convencido, afortunadamente, de las esencias de ese peronismo que nunca acaba de irse de Argentina, pero que ahora está diluido. Parece bastante pragmático en el buen sentido y su gobierno más responsable de lo que ha sido en los últimos años cualquier gobierno argentino. Se le ve haciendo verdaderos esfuerzos por solucionar muchos problemas. ¨((Un día después de escrito lo anterior, he escuchado una entrevista en la que un periodista llamado Rodrígo García explicaba que Kirchner se caracterizaba por un gobierno cesarista de un sólo hombre, lo que consideraba un caso único, pues, decía, hasta Perón tenía consejeros, como el infame López Rega. Sonaba todo bastante razonable y eso me hace estar más vigilante respecto a Kirchner, de quien tampoco me gusta como lelva el problema de las papeleras con Uruguay. También decía García que Kirchner es un adicto al trabajo, lo que parece cierto, porque se le ve continuamente aquí o allá en reuniones todo el rato)).
Tabaré Vázquez, de Uruguay, me parece, por lo poco que he podido conocer en estos días, un gran presidente. Está activando los procesos por los desaparecidos durante la dictadura, lleva las tensas relacionaes actuales con Argentina con moderación, va a implantar un seguro sanitario y el impuesto sobre la renta personal, que no existe.
En Bolivia, el triunfo de Evo Morales ha sido una gran noticia porque significa el reconocimiento explícito de la población india, que incluso hoy en día sufre tremendas discriminaciones en casi toda latinoamérica, incluso en los países, como Bolivia, en los que es mayoría. Su línea política no está todavía muy clara, porque acaba de asumir y hasta ahora lo único que ha habido ha sido gestos más o menos llamativos, como elogiar encendidamente el régimen chino ¡y al iraní!. Además, por supuesto, de la dictadura cubana.
En Venezuela gobierna Chávez, quien tiene la pretensión, y lo está consiguiendo a medias, de convertirse en jefe espiritual de la región y heredero de las esencias revolucionarias de Fidel Castro. Es el típico demagogo que aparece una y otra vez en la tele hablando de lo divino y de lo humano, poniendo siempre la mano en el hombro a los otros presidentes en cualquier reunión, como diciendo: “yo soy el que lleva la voz cantante” y hablando continuamente de la lucha contra el imperio, mientras, en paralelo, va haciéndose con todos los resortes del poder de Venezuela y acallando toda posible oposición. A su favor tiene la torpeza de algunos opositores y de Estados Unidos, que intentaron un golpe de Estado que le sirvió de excusa para afianzarse más en el poder y que dejó en mal lugar a quienes defienden la democracia y acusan de golpista al propio Chávez. El último error de la oposición venezola es, en mi opinión, renunciar a presentarse a las elecciones, lo que no hará sino legitimar a Chávez, que ya gobierna un parlamento exclusivamente chavista (una maniobra semejante de la oposición progresista iraní facilitó el triunfo del actual y temible presidente, reforzado, como no, por EEUU y sus amenazas sin sentido).
Precisamente Chávez es, en mi opinión, uno de los mayores impedimentos a que latinoamérica realmente cambie. Tiene en sus manos el poder que le dan fuentes de petroleo inmensas y las subidas constantes del precio del barril, que distribuye generosamente a cambio de influencia política (y seguramente no sólo a cambio de eso), que parece extenderse por el momento de manera preferente hacia Bolivia. Al parecer, ha convencido a Evo Morales para que refuerce su ejército (adivinen quién le suministrará los nuevos pertrechos) y ha propuesto la construcción de un gasoducto que vaya desde Venezuela a Argentina, en opinión de algunos, como el ex presidente Raúl Alfonsín ("Deberíamos dejar de delirar con el disparate de tender un gasoducto desde Venezuela"), para quedarse con una parte importante del beneficio del gaseoducto que, según parece, sería verdaderamente razonable: el que partiría de Bolivia hacia Argentina o cualquiera de sus vecinos. Uno de los signos preocupantes que llegan de Venezuela es que está intentando comprar aviones a quien se los quiera vender (Brasil y España), con la excusa de usarlos “contra el narcotráfico” aunque por ahora no puede comprarlos por el veto de Estados Unidos. A su vez, ha firmado ya con Evo Morales contratos para vender armas a Bolivia. Sus relaciones con Colombia son muy tensas.
En Brasil, Lula llegó al poder en alas de muchas esperanzas que no se han visto cumplidas porque, en primer lugar las cosas no se arreglan tan rápido, y en segundo lugar debido a los continuos escándalos de corrupción que dejan en mal lugar a quien proponía, antes que nada, honradez y acabar con la pobreza sin llevarse el dinero. También ha dado Lula ciertas muestras de autoritarismo, como una pretendida ley de prensa que prohíba en el futuro airear más casos de corrupción. Pero, a pesar de estar en horas bajas, y a pesar de que yo creo que está directamente implicado en esa corrupción que él ha descargado en sus ministros y colaboradores, parece que ganará las próximas elecciones. Y yo creo que, a pesar de todo, es bueno que las gane (aunque he de confesar que no estoy suficientemente informado como para saber si existe una opción mejor). En cualquier caso, Brasil es una de las grandes potencias emergentes en este comienzo del siglo XXI (las otras son India, Rusia y, por supuesto, China) y el verdadero motor de la región, mal que le pese a Chávez.
Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay pertenecen al Mercosur, una organización en la que, como es lógico, llevan la voz cantante los dos grandes: Argentina y Brasil. Precisamente en este momento hay muchas quejas por parte de los dos pequeños, Uruguay y Paraguay porque no perciben que su pertenencia al Mercosur les sirva de nada. Uruguay incluso está tanteando la posibilidad de firmar un tratado de libre comercio (ALCA) con Estados Unidos, siguiendo el ejemplo de Chile, que ha firmado tres tratados de libre comercio con Estados Unidos, la Unión Europea y China. Y no le va nada mal. Incluso amplios sectores de la izquierda uruguaya se plantean seriamente la posibilidad de ese tratado con EEUU, por la sencilla razón de que es hacia allí hacia donde se dirige el mayor volumen de exportaciones. En realidad, creo, lo más razonable sería que todos los países firmasen tratados de libre comercio unos con otros y que Europa y Estados Unidos, por ejemplo, levantasen los aranceles con que gravan las exportaciones de los países menos desarrollados: por ejemplo, los tratados de libre de comercio de EEUU incluyen la protección de 300 productos (precisamente los que podría vender Uruguay, así que no acaba de verle la utilidad segura a un ALCA con EEUU). Pero yo no sé suficiente economía para tener del todo claro estas cosas.
Pero también parece que los dos grandes del Mercosur, y especialmente Brasil, han decidido tomar en serio su responsabilidad y aluden de manera explícita al papel que jugó durante años Alemania en la Unión Europea. Pero, claro, la diferencia es que Brasil tiene que ayudar a Paraguay y Uruguay pero tiene millones de pobres en sus propias fronteras.
Frente al Mercosur y el ALCA (con Estados Unidos), Chávez propone, desde la llamada República bolivariana de Venezuela, el ALBA, unión de los países bolivarianos, aunque por el momento Venezuela se ha semi integrado en el Mercosur.
En casi toda Sudamérica, cualquier referencia a la revolución es una garantía para recibir el voto de mucha gente, sobre todo de los más pobres, y quien más quien menos, todos los dirigentes hacen de vez en cuando concesiones a esta galería, incluído Kirchner. Quienes apenas caen en esta retórica son Bachelet (Chile) y Tabaré Vázquez (Uruguay), con especial mérito por parte de la primera, pues su padre fue un militar asesinado por la dictadura de Pinochet y tanto ella como su madre fueron detenidas y posiblemente torturadas (su madre seguro, ella nunca habla de lo que le sucedió).
Quedan otros países, como Colombia, gobernada por la derecha y sumida en la locura de las guerrillas y los paramilitares; Ecuador, con un gobierno, al parecer (no tengo información) cercano a la izquierda, Paraguay, Guyana, Surinam y Guayana Francesa (no creo que nadie incluya a las Malvinas/Falkland en la lista de espera de ningún Mercosur).
Y, por supuesto el otro gran país de la región: Perú.
En la actualidad gobierna en Perú Alejandro Toledo, que también es indio, por cierto, y que se supone que es de centro (más a a izquierda cuando compitió con la candidata de la derecha, más a la derecha desde que gobierna). Toledo también ha resultado decepcionante, a pesar de que, según creo, hay indicadores de mejoras económicas en Perú.
El problema es que Perú es el quizá el país políticamente más inestable de la zona, hasta el punto que se dice que nunca puede ganar el favorito a las elecciones, sino un recién llegado en el último momento. Esperemos que en las próximas elecciones gane un recién llegado pasable, porque los candidatos con más posibilidades actuales dan miedo, como Ollanta Humala, primero o segundo en las encuestas tras la derechista Lourdes Flores, y subiendo. Ollanta se llama así por un célebre héroe inca (del que hablé por cierto, en mi Cuaderno del Tahuantinsuyu: Ollantaitambo)Humala es un militar que intentó un golpe de Estado contra Fujimori, golpe que al parecer era sólo una cortina de humo para que escapar el torturador Montesinos. También participó casi sin ninguna duda en masacres de indios durante la época del salvaje terrorismo de Sendero Luminoso y el no menos salvaje antiterrorismo del Estado. Prometió que sólo entraría en Chile encima de un tanque y era hasta hace poco declaradamente fascista, aunque ahora se ha subido al carro de Hugo Chávez, quien le ha apoyado públicamente, poniéndole también su mano en el hombro en presencia de Evo Morales y provocando un conflicto diplomático con Toledo, calentado a fuerza de bravatas de macho por parte, sobre todo, de Chávez, quien ya se ha peleado publicamente con los presidentes de Colombia, México y Perú.
Otro de los candidatos peruanos es Alan García, que fue presidente de Perú hace muchos años y que regresó en las anteriores elecciones después de los escándalos de todo tipo que enturbiaron su gobierno. Alan García fue en su momento otra de esas “grandes esperanzas” de la izquierda (también lo fue entonces para mí) que se convirtieron en decepción. En realidad, dada la situación actual en Perú, es casi imposible colmar las esperanzas que se depositan en uno u otro candidato y la decepción es segura, así que habría que empezar a pensar en esperar un poco menos: tan sólo ir dando pasos de manera estable en la dirección adecuada, porque la estabilidad por la estabilidad tampoco vale para nada (por ejemplo si es una dictadura como la de Fujimori).

Si olvidásemos su anterior gobierno (él declaró que había aprendido mucho de sus errores y no quería volver a repetirlos), Alan García podría ser un candidato pasable, si no fuera porque tiene en los primeros lugares de su candidatura a un conocido torturador (acaba de dimitir Rafael Belaúnde del partido de Toledo, precisamente por esta razón).
La otra candidata con más posibilidades es Lourdes Flores, de derechas. Hay otros partidos a la izquierda de los que no sé mucho, pero alguno de ellos suena muy bien según me lo cuenta mi amiga Karina, como el Partido Socialista, con una candidata declaradamente lesbiana, Susel Paredes, famosa por ayudar a las mujeres maltratadas ya los trabajadores e indígenas discriminados y explotados. La pena es que no parecen tener muchas posibilidades, pero tal vez podrían ser esa sorpresa de última hora habitual. Ojalá.

Algunos de los gobernantes de los países de Latinoamérica sulen ser llamados, por los propios latinoamericamos, “populistas”. Como se sabe, la definición de populista es bastante complicada, pero podemos quizá decir, para entendernos, que un populista es aquel político que suele estar, o al menos eso proclama, al margen del sistema (también Bush en su primera elección tenía rasgos populistas clarísimos); alguien que personaliza en sí mismo toda la acción política, que se considera por encima de las leyes y del Estado de derecho, reformándolo a su antojo cuando llega al poder, que vertebra toda la sociedad en torno a su proyecto político y que usa todos los mecanismos de la demagogia, el dinero, y la compra directa o indirecta de apoyos e influencia. Un ejemplo perfecto es Berlusconi en Italia; otro, no tan extremo, el segundo mandato de Aznar en España; otros, Menem en Argentina, Fujimori en Perú y Chávez en Venezuela. La única diferencia es que, afortunadamente, la estructura de la Comunidad Europea y la existencia de grupos poderosos de comunicación de oposición y de un estado de derecho fuerte, no permite a Aznar o Berlusconi hacerse con un control absoluto, aunque Berlusconi ha estado cerca de tenerlo. Chávez lo tiene ya o está a punto de conseguirlo.
Excepto en el caso Venezuela (y tal vez Colombia y otros países cuya situación no conozco apenas, o el Perú que salga de las próximas elecciones), el populismo puro y duro no se puede aplicar a Kirchner, ni a Lula ni a Bachelet, ni a Tabaré Vázquez, ni siquiera, en mi opinión, a Evo Morales, aunque habrá que esperar un poco para ver su actuación política. Sí es cierto que todos ellos tienen rasgos a veces preocupantes: en Argentina, por ejemplo, una polémica reforma legislativa que prepara Kirchner, el extraño procesamiento político al Intendente (Alcalde, aunque no tengo clara la equiparación) de Buenos Aires, Ibarra, con motivo de la tragedia de la discoteca Cromagnon, un proceso promovido desde la derecha y la izquierda radicacal (Ibarra es de centro izquierda) ante el silencio de los kirchneristas, o el manejo de la crisis con Uruguay a propósito de la instalación de unas papeleras en la frontera; otros rasgos propios del populismo es la presencia constante de los líderes en todas partes: comparecencias semanales en la tele: Lula los lunes en Café con el presidente, Chávez en Aló Presidente y continuamente en programas en los que recibe llamadas de personas con problemas que él soluciona al instante (es un decir), saltándose todos los trámites burocráticos y llamando personalmente a quien corresponda: un periodista de Clarín cuenta que en tres días, Chávez hablo 14 horas en vivo por la televisión, seis de ellas seguidas ante la Asamblea Nacional.
Las clases más desfavorecidas, los pobres, eso que los demagógos llaman “pueblo”, como parece lógico apoyan a los líderes populistas o las soluciones autoritarias: aunque parezca increíble, el apoyo a Humala crece entre los más pobres, aquellos a los que asesinó en su momento; mientras que en Chile, el partido más afín a la dictadura (UDI) obtiene grandes apoyos en los barrios pobres, y en Argentina la nostalgia peronista pervive especialmente entre los más pobres. Lamentablemente, en contra de lo que piensa mi amigo Max, la salvación raramente está en la tropa, en los pobres, que son siempre los más fáciles de manipular.
Pero en el asunto del populismo, una de las sorpresas llegó hace unos días desde Estados Unidos. El delegado para asuntos de Latinoamérica, Shannon, declaró que en “el populismo no tiene por qué ser necesariamente malo” y especificó que en el caso de Evo Morales significaba la llegada beneficiosa al poder de poblaciones hasta ahora discriminadas. Con razón un periodista argentino se indignó: ahora que nosotros tenemos claro que el populismo sí es malo, viene Estados Unidos a decirnos lo contrario de lo que siempre ha dicho. Pero ya digo que, en este momento, yo no comparto la primera parte de la afirmación de Shannon, pero sí la segunda: el populismo es malo, siempre lo es, pero la llegada al poder de los discriminados durante siglos es buena.

Habría que aclarar, y lo haré en una futura entrada con más detalle, que Evo Morales no es el primer indígena que llega a la presidencia en Latinoamérica, que ha tenido antecedentes incluso en Bolivia y en México: Porfirio Díaz era indio, aunque dictó leyes que discriminaban a sus compatriotas. También es indio Alejandro Toledo, presidente de Perú. Pero Evo Morales tiene la intención declarada de acabar con la vergonzosa discriminación y desigualdad mantenida durante siglos en Bolivia. También habrá ocasión de aclarar por qué digo “indios” en vez de “indígenas”, un término que me parece equívoco y erróneo. Tampoco “indio” es perfecto, por supuesto, pero a falta de otro mejor (o al menos a mí no se me ocurre) me refiero con él a la población más o menos descendiente de las poblaciones que habitaban América hace 500 años, y que está menos mezclada con las que llegaron a partir de la Conquista española. Y si lo uso no es con carácter discriminatorio, sino sencillamente porque es cierto que durante siglos por tener rasgos “indios” las personas eran despreciadas y discriminadas, cuando no exterminadas, ya fuera por los españoles o por los gobernantes surgidos tras la Independencia. En este sentido usa también la palabra, sin ningún matiz despectivo, y refiriéndose a Morales, Lula: “No deja de ser extraordinario que un país con un 62% de población indígena nunca fuera gobernado por un indio”. quí se usa con bastante naturalidad el término "indio", sin valor despectivo, a veces incluso elogioso (aunque también puede sonar despectivo, claro, depende de la entonación o le contexto).