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martes, enero 31, 2006

EL CEREBRO AUXILIAR



El cerebro de cualquier persona adulta contiene más cosas de las que puede manejar.


La cantidad de información que el cerebro de cualquier ser humano acumula en veinte o treinta años de vida es tan inmensa que ni él mismo podría preparar un catálogo mínimo de lo que tiene. Hace veinte años escribí un brevísimo cuento:


EL HOMBRE QUE RECUERDA

Un joven imaginado por nosotros vive veinte años en el mundo y, trascurrido este tiempo, se encierra en una habitación de paredes blancas. En este aposento no entra la luz del sol ni se adivina la oscuridad nocturna. Hay tan sólo, si es posible imaginarlo, una claridad no definida, neutra, que no produce sombra alguna. El hombre no saldrá jamás del lugar donde queremos verle, se somete a nuestros deseos y renuncia a seguir viviendo. Su tarea, la única, será recordar sus años de libertad, sus momentos de libre albedrío. Para ello le concedemos sesenta, cien años si los requiere.

La intención de este cuento era mostrar que ese hombre no tendría tiempo suficiente para recordar esos 20 años de vida, ni siquiera a lo largo de 100 años. Hay que tener en cuenta que su misión es recordar absolutamente todo.

Y no podría recordar 20 años ni siquiera en cien años debido a diversas razones que ahora ni yo mismo recuerdo (no terminé el cuento), pero entre ellas porque el mundo del pensamiento no es el mundo de las cosas, sino el de las relaciones entre las cosas y porque, hablando de manera estricta, no conocemos las cosas reales, existan o no, sino sólo la relación que establecemos entre nuestra mente y algo exterior a ella. Es decir, de nuevo relaciones, como bien decía Leibniz.

Como es obvio, la idea que tenemos de nuestra propia mente es también una relación entre datos de observación recibidos por ella y gracias a ella. No conozco a nadie que lo haya dicho mejor que Demócrito en su juicio entre la razón y los sentidos, del que sólo posemos unos fragmentos:

"Después de haber dicho "por convención el color, por convención lo dulce, por convención lo salado, pero en realidad sólo existen átomos y vacío", Demócrito hace que los sentidos, dirigiéndose a la razón, hablen de este modo: "¡Oh, mísera razón que tomas de nosotros tus certezas! ¿Tratas de destruirnos? Nuestra caída, sin duda, será tu propia destrucción"

(citado por Galeno, De medicina empirica, fr.1259,8.)

De todas las cosas que un cerebro contiene, las que más influyen en su manera de pensar son las primeras que aprendió.

Nuestro aprendizaje va de lo conocido a lo desconocido. Los nuevos conocimientos se asientan sobre los antiguos y es casi imposible que podamos conocer algo realmente nuevo, algo que no tenga relación con algo que ya sabemos. Como ya se dijo antes, el conocimiento de las cosas es conocimiento de relaciones y también relacionamos lo nuevo con lo antiguo. Incluso lo que consideramos puramente nuevo se relaciona con lo antiguo: es distinto que aquello.

Decía Jenófanes: lo conocido es la base de lo desconocido.

La consecuencia de esto es que nuestros primeros conocimientos son la base sobre la que se apoyan los posteriores, que están muy condicionados por ellos.
Del mismo modo que cuando aprendemos mal una palabra, después nos cuesta aprenderla bien, también nos resulta muy difícil librarnos de nuestros prejuicios incluso aunque seamos conscientes de ellos y los despreciemos.


Por un movimiento intuitivo del todo natural, nuestro cerebro se pone a trabajar con los parámetros a los que está habituado.
Esto, que es un hecho de la conciencia individual, se puede fácilmente trasponer a la conciencia social o colectiva. Para decirlo sin que parezca que se trata de una especie de cerebro social: las sociedades establecidas intentan resolver los problemas recurriendo a métodos que han funcionado antes. Cuando el método no parece funcionar, les da por romperlo todo. Lo mismo hacemos las personas: ante una dificultad que no podemos resolver por los cauces habituales caemos en la depresión, la ira, la desesperación o el nihilismo. O la ironía.


Uno de los mayores problemas de lo seres humanos es su deseo de tener claras las cosas.

Nuestro deseo de tener claras las cosas puede deberse a diversas causas, que aquí se van a enumerar, o tal vez a ninguna de ellas. Tampoco resulta de vital importancia descubrir su origen, sino que es mucho mejor darse cuenta de que tal cosa sucede. Newton no sabía cuál era la causa de la gravedad, pero sí sabía que esta fuerza existía y supo explicar cómo actuaba.

Pues bien, el origen de ese ansia de tener las cosas claras puede deberse a una estrategia de supervivencia biológica de la especie, o puede deberse simplemente a que nuestros padres y en general los adultos nos educaron durante la infancia con dicotomías simples: "Esto es bueno, esto es malo, haz esto, no hagas esto".
Posteriormente, seguimos aplicando este método y nuestra mente coloca en categorías más o menos estancas las cosas que va aprendiendo. Preferimos tener un enemigo claro al que podemos insultar que la incertidumbre de llegar a entendernos con él, porque eso podría hacer que se tambalearan nuestras seguridades y nuestro ordenado mundo mental.

De esta manera establecemos barreras infranqueables que nos separan de ciertas personas, como si se tratara de seres de otro planeta o de otra especie con la que la comunicación es imposible. Pero no somos tan distintos de ellos.

La escritura supone un cambio en nuestra manera de relacionarnos con la realidad porque permite que nos observemos a nosotros mismos.

Y las páginas web, los weblogs y en general todo el procesamiento de información gracias a los computadores nos permite contemplarnos mejor que antes.

También nos permite acceder de manera rápida a nuestras propias ideas, que podemos guardar y ordenar mejor que en nuestro propio cerebro.

En efecto, cuando guardamos nuestras ideas en nuestro cerebro biológico, esas ideas no se quedan allí tal como las dejamos, sino que evolucionan y se desarrollan. No es que tengan vida propia. Lo que sucede es que nuestro cerebro trabaja por su cuenta en un plano no consciente o no inmediatamente consciente. Prefiero no utilizar aquí ningún térrmino concreto, como subconsciente, preconsciente o inconsciente. Términos que están asociados a teorías con las que no estoy seguro de que coincidan mis ideas.

Lo importante es que nuestro cerebro trabaja en un plano que no es siempre inmediatamente perceptible por nuestra conciencia habitual. Esto se puede comprobar de diversas maneras.

Cogemos un libro de fotografías de un tema que nos guste. Por ejemplo, de artistas de cine.
Miramos una a una las fotografías y apuntamos el nombre de cada artista. Probablemente habrá algunos de los que no nos acordaremos.
Cambiamos de tema y nos olvidémonos del álbum
Al cabo de unas horas o de unos días, tomamos de nuevo el álbum. Descubriremos que, sin siquera pensar en ello, en cuanto vemos las fotos, nos vienen a la memoria nombres que en la ocasión anterior no habíamos recordado. También seremos capaces, en muchos casos de adivinar cuál será la siguiente fotografía, aunque ens u momento no le hayamos a nuestro cerebro la orden consciente de percibir y memorizar ese orden.

Se pueden hacer muchas expeiencias similares a esta que prueban que el cerebro trabaja por su cuenta.


Se habla de la Red mundial o Internet como una epecie de conciencia colectiva. No es el tema que me interesa en este momento. Yo sólo quiero hablar del almacenamiento de información en computadores o páginas de la Red como si se tratara de un cerebro supletorio.

Cuando uno escribe en una página web y no se limita a dejar ahí las entradas y olvidarse de ellas, sino que regresa, las relee y establece nuevos nexos entre cosas nuevas y antiguas, está actuando de manera semejante a como lo hacen nuestras neuronas todos los días.

En realidad lo está haciendo de manera doble. Por un lado, todo trabajo en el ordenador de acumulación de datos y de establecimiento de nexos está efectuándose en paralelo en el interior de nuestro propio cerebro. Es una especie de trabajo duplicado.
Ahora bien. No somos plenamente conscientes de los nexos que se establecen entre nuestras neuronas cuando digerimos información. No podemos, por el momento, observar esos nexos y catalogarlos. No podemos decir que tal o cual conocimiento pasa de esta a aquella neurona a través de un axón concreto.
Pero sí podemos trazar un mapa y reconstruir los nexos que hemos establecido en nuestra página web (e incluso con páginas web externas).
La metáfora de la telaraña o red mundial no es del todo adecuada, puesto que en una telaraña aunque haya muchos hilos estos suelen estar en una estructura ordenada y no se establecen conexiones siguiendo patrones caóticos. Excepto cuando las arañas son sometidas a alucinógenos y empiezan a tejer de manera verdaderamente caótica.
La metáfora adecuada sería tal vez la de las neuronas, si es que fuese cierto que cualquier neurona del cerebro pudiera conectarse con cualquier otra, lo que no es seguro. En la red mundial, es posible establecer en principio una conexión entre dos puntos cualesquiera mediante un enlace directo, se encuentren donde se encuentren.
Esto supera a las neuronas, aunque las neuronas, por el momento superan a cualquier sistema creado por el hombre en capacidad.
Sucede, sin embargo que la fusión entre neuronas e información computacional está cada vez más cerca. La duda es cómo se producirá esta fusión y qué condicionará a qué. Las neuronas a los bits o los bits a las nuronas. La posibilidad de una policia del cerebro a través de la conexión por microchips biológicos parece cercana y quizá sea difícil escapar a ella.

Lo que sí parece seguro es que en el futuro desaparecerán los teclados, las pantallas y cualquier otro artilugio de hardware como ahora lo conocemos.
Sí, quizá sigan existiendo, pero resultarán innecesarios: tendremos toda esa información directamente acoplada al cráneo, o ni siquiera eso: podremos acceder a ella de manera eléctrica, aunque estén alojada externamente. Algo parecido a la telepatía. Quiero decir con ello que nos bastará pensar en que queremos consultar un dato para acceder a ese dato. Podremos navegar por intenet sin teclear y sin mirar a una pantalla física: lo veremos todo dentro dentro de nuestra cabeza. No creo que falte mucho para eso.

A quien le parezca algo difícil de creer debería reflexionar en qué es lo que hacemos cuando pulsamos las teclas de un teclado. En milésimas de segundo pensamos: “Voy a apretar la tecla a y luego la r y luego la t y luego la e".
Y efectivamente, no sólo lo pensamos, sino que además mandamos esa instrucción a nuestro cuerpo que aprieta cuatro teclas. El lector puede detenerse un momento a pensar en lo complejísimo que resulta algo aparentemente tan sencillo como escribir ARTE en el teclado de un ordenador.
Parece desde luego infinitamente más sencillo pensar en la palabra ARTE sin más y verla aparecer en la pantalla. De hecho, ya existe la comunicación verbo/ordenador sin teclado ni ratón , sólo con el pensamiento. Naturalmente, hace falta un chip o un electrodo conectado al cerebro, pero a partir de ahí, la persona puede manejar el ordenador sólo pensando. Pensando, sin mover las manos ni la boca, puede hacer que el ordenador abra un nuevo documento o lo cierre o escriba SÍ o escriba NO. Esto es sólo el principio.

El final de ese camino será que podremos contemplar todo lo que tenemos en el cerebro como quien lo contempla en la pantalla de un ordenador. Y también se producirá, al menos en una primera fase una especie de fusión entre nuestros datos externos, los de nuestro ordenador o nuestra página web y los del cerebro.

Esto sin duda tendrá mucha importancia en el tratamiento de lo que hoy se consideran enfermedades mentales o psicológicas y me atrevo a predecir que algunas de las ideas de Freud serán recuperadas, pero por un camino bastante inesperado para los propios psicoanalistas. Ahora el psiconanálisis, con razón, está en horas muy bajas, casi agonizando, pero algunas de las intuiciones de Freud podrán ser aplicadas de nuevo, pero no de la manera mística en que fueron aplicadas en el siglo XX y a la que él contribuyó o no supo resistirse, y se recuperará su validez original lamentablemente desperdiciada por aprendices de brujo que no disponían de las herraneintas necesarias para o caer en la magia.

Naturalmente, esta fusión será la llave de la inmortalidad, pero ciertos fenómenos químicos hacen todavía dudar de si tal inmortalidad será realmente personal.