Izquierda e Islam
¿Dónde está la izquierda?
En los tiempos del bloque soviético, cuando una decena de países estaban bajo el férreo control de Rusia y en ellos existían regímenes totalitarios que prohibían todo aquello por lo que la izquierda siempre había luchado, en aquellos tiempos, las víctimas de esas dictaduras se encontraban con una terrible paradoja cuando llegaban al llamado mundo libre.
La paradoja era que nadie les quería escuchar, o dicho con más exactitud: la izquierda no quería saber nada de ellos.
Llegaban a Occidente para contar lo que habían vivido allí y descubrían que la izquierda occidental apoyaba esos regímenes, que los intelectuales más combativos elogiaban a Stalin, a Ceaucescu y a Mao. El ejemplo sin duda más escandaloso era el de Jean Paul Sartre, quien no sólo aceptó participar en el Congreso de Intelectuales organizado por Stalin, sino que, tiempo después, cuando le asaltaron las primeras dudas acerca de aquello, se convirtió en maoísta, precisamente en la época más deleznable del maoísmo, la de la joven guardia roja y la revolución cultural, el movimiento organizado por el viejo Mao para recuperar el poder apoyándose, como siempre hacen los fascismos, en la fuerza de choque de los jóvenes. La revolución cultural y los jóvenes guardias rojos sembró el terror en China, matando, acusando y persiguiendo a todos los supuestos cómplices de la degeneración capitalista, hasta que las propias autoridades tuvieron que frenarlos porque se les iba de las manos el control del país.
Milan Kundera, uno de aquellos ciudadanos del bloque soviético que se encontraba en Occidente la incomprensión y el desinterés de los intelectuales de izquierda, cuenta en un un emocionante texto la relación entre un intelectual checo y el poeta francés Paul Eluard:.
"Kundera cuenta la historia de Paul Éluard, el poeta francés, primero integrante del movimiento surrealista y luego, tras la guerra, ardiente defensor y rapsoda del totalitarismo. Y dice Kundera: "Cantó a la fraternidad, la paz, la justicia, el mañana mejor, la camaradería, en contra del aislamiento, a favor de la alegría y en contra del pesimismo (…). Cuando, en 1950, los dirigentes del paraíso sentenciaron a un amigo suyo, el surrealista Závis Kaladra, a morir en la horca, Éluard se puso al servicio de los ideales suprapersonales, declarando en público su conformidad con la ejecución de su camarada. El verdugo matando, el poeta cantando".
(Tomado de un viejo artículo de Rosa Montero)
Pasaban los años y la izquierda, a pesar de contar con suficiente información acerca de lo que estaba pasando en los países del bloque comunista, no decía nada, se burlaban de Soltzenisthyn, de un hombre que, fueran cuales fueran sus ideas personales y sus creencias religiosas, venía de pasar años encerrado en un gulag y que contaba lo que allí sucedía en un libro impresionante, que también era despreciado por su supuesta poca calidad literaria (cosa también muy discutible): Archipiélago Gulag. Burlas que eran una bajeza semejante a la de alguien que se burlara de un gitano superviviente de los campos de exterminio nazis diciendo que en su juventud había pertenecido a una extraña secta milenarista.
La explicación (pero en ningún caso justificación) de este error de la izquierda era su afán de oponerse a Estados Unidos a cualquier precio, incluso, aunque eso significara defender a los autores de crímenes mayores que los cometidos nunca por Estados Unidos, a gentes sólo comparables en la historia de la infamia a Hitler: Stalin, Mao, Pol Pot.
Han tenido que pasar muchos años y tuvo que caer el muro de Berlín para que la izquierda radical despertara de su sueño utópico, sueño que había sido pesadilla mortal para millones de personas.
Poco a poco incluso los más recalcitrantes acabaron por admitir los crímenes que se habían cometido y justificado en nombre de la izquierda, o al menos a no defenderlos públicamente.
Ahora muchos de ellos, muchos con los que yo discutí hace 20 años o más, dicen que nunca apoyaron aquel horror.
Dos veces en la misma piedra
Tras los atentados del 11 de septiembre y el pésimo manejo de la crisis por George Bush, que hizo a Estados Unidos perder en apenas unos meses la simpatía del mundo y ganarse con todo merecimiento su absoluta antipatía, empecé a pensar que podría volver a repetirse lo que sucedió en tiempos de la Guerra Fría, que, llevados por un rechazo perfectamente razonable a la política imperialista y asesina de Bush, muchas personas se olvidaran de qué es realmente el fundamentalismo islámico y de cómo viven los países que están sometidos al clero musulmán en sus diversas variantes.
Que empeñada en la lucha antiUSA, la izquierda se olvidase de defender a millones de personas. Que llevada por su odio a Estados Unidos justificase o minimizase los crímenes de los fundamentalistas islámicos, la intolerancia religiosa que se está extendiendo en el mundo musulmán, intolerancia que convierte en un chiste la de los creacionistas de Estados Unidos.
Y creo que eso es lo que está sucediendo en este momento. No veo a la izquierda radical y combativa manifestándose contra las pretensiones de los fundamentalistas de regular y controlar lo que consideran son “sus sociedades”, e incluso las occidentales, en las que también quieren imponer sus criterios.
Matan a un cineasta holandés que hace un reportaje acerca de la discriminación de la mujer en el Islam y de la ablación y la reacción predominante es sembrar dudas acerca de ciertas simpatías que el cineasta podría tener, o alusiones a que era muy extravagante. En Dinamarca y Noruega se publican caricaturas de Mahoma y desde varios países musulmanes se llama al boicot a esos dos países ¡Por unas caricaturas! Pero no sólo eso, ahora una veintena de países musulmanes piden que se castigue a los caricaturistas.
Pero, claro, dice la izquierda radical, en este caso de repente muy receptiva a los planteamientos religiosos, es que el Islam prohíbe la representación de Mahoma. Como si eso fuese una justificación de algo.
¿Dónde están los combativos luchadores que satirizaron a Ratzinger como si fuera el Emperador maligno de la Guerra de las Galaxias o el mismo diablo? ¿Es que se creen que la Iglesia católica no perseguía en su momento de gloria ese tipo de ofensas? Javier Solana, alto comisionado de la Unión Europea no sale a defender la libertad de expresión, sino a decir que la Unión Europea condena cualquier intento de demonizar una religión. ¿Por qué no le pide entonces perdón al Papa, al que han comparado con el demonio?
Ahora la izquierda que combate ruidosamente (e insisto que con razón) la censura que quiere imponer Bush, calla cuando la censura islámica se extiende por el mundo. Porque en este momento es cierto que Estados Unidos está tomando medidas que coartan la libertad de expresión y establecen cierta censura, pero la más terrible censura actual no es esa, sino la del fundamentalismo islámico: censura que no sólo domina a todos los ciudadanos que viven en el llamado mundo musulmán, y especialmente a la mitad de su población (las mujeres), sino que se extiende por todo el planeta bajo amenaza de muerte, ya sea asesinato directo o atentado terrorista. No hay que pensar sólo en Salman Rushdie, que se vio obligado a permanecer oculto durante años a causa de una fatwa lanzada por Jomeini que decía pura y llanamente que quien le matara se ganaba el cielo. Theo Van Gogh fue asesinado y la mujer, negra y de origen musulmán, que le ayudó en su reportaje vive amenazada de muerte también. Las mujeres de origen musulmán que viven en Occidente apenas pueden hablar contra sus represores sin temor a ser asesinadas, una actriz pakistaní fue amenazada de muerte por besar a un actor indio, porque la lucha del fundamentalismo islámico en en gran medida una lucha de varones machistas y temerosos ante el cambio que se puede producir en sus mujeres, que podrían pasar de ser esclavas a convertirse en ciudadanas.
¿Y ante estos casos, qué responde la izquierda radical y combativa? Algo que suena más o menos así: “Algo habrán hecho”, algo habrá hecho Theo Van Gogh, algo habrán hecho los caricaturistas. ¿Es que ya nos hemos olvidado el poema de Martin Niemoller (atribuido erróneamente a Bretch):
Primero vinieron a por los judíos
y como nosotros no éramos judíos, no hicimos nada.
Después vinieron a por los comunistas
pero como tampoco éramos comunistas, no hicimos nada.
Luego vinieron por los socialistas
y más tarde a por los gitanos,
pero como tampoco éramos socialistas ni gitanos,
tampoco hicimos nada.
Al final vinieron a por nosotros
y ya fue demasiado tarde para hacer algo”
En la actualidad, nadie se atreve, nadie nos atrevemos, a atacar directamente al Islam, porque sabemos que nos jugamos el cuello. Yo no me atrevo a poner aquí las caricaturas de Mahoma con una bomba en vez de turbante y no animo a nadie a hacerlo, porque sé que es un riesgo real y el martirio es sólo una estupidez que sólo favorece a quien se combate.
Un riesgo que no existe si publico caricaturas de Jesucristo como un cerdo, de Bush como el diablo o de Ratzinger como el Emperador maligno. Quizá puedan llegar a censurarme, pero ¿alguien cree seriamente que mi vida corre peligro por ello?
Pero hay otras maneras de combatir el fundamentalismo islámico y su penetración paulatina en la sociedad, penetración que, por cierto, alienta al fundamentalismo cristiano que se dice: “¿Por qué no podemos hacer nosotros lo mismo, por qué no podemos ser igual de intransigentes?”.
Una de las maneras más claras es las manifestaciones, la protesta, siempre tan fácil de poner en marcha si es contra Estados Unidos. Pero como nadie protesta, como nadie defiende a los amenazados, a las mujeres sometidas, a los pueblos gobernados por los curas, entonces los gobiernos poco pueden hacer y Noruega y Dinamarca se ven obligados a exigir a los caricaturistas que pidan perdón públicamente, porque saben que no sólo los intereses de las empresas noruegas y danesas en países musulmanes están amenazados, sino también las vidas de sus ciudadanos.Y evidentemente, si yo fuera el caricaturista y temiese por mi vida, por la de mis amigos y familiares o por la de de ciudadanos anónimos, bajaría humillado la cabeza y pediría perdón. Así están las cosas y así de fuertes se sienten quienes se consideran capacitados para matar en el nombre de Alá, animados por sus líderes, sus gobernantes y sus curas. Es una ceguera política no advertir que lo que está ocurriendo en el mundo islámico fundamentalista es una propagación del odio y una justificación del racismo y la violencia que recuerda lo que sucedió en Europa en el siglo XX, el camino a un totalitarismo teocrático que ya se está imponiendo en algunos Estados y, lo que es peor, en millones de conciencias. Pero, aunque no triunfará, y eso espero, ese fundamentalismo islámico, ¿no es hora ya de decir bien alto que es un escándalo intolerable la situación de la mujer en el mundo musulmán?
Es cierto que es difícil actuar ante la amenaza de muerte, pero una cosa es no actuar porque no puedes, y otra cosa no actuar porque no quieres, y lo peor de todo este asunto es que muchos no querrían actuar ni aunque pudieran. A menudo me veo en la vergonzosa situación de escuchar a gente de izquierda, algunos incluso amigos míos, comentando casi con alegría los atentados del 11 de septiembre, bromear con ello, llevar camisetas o símbolos celebrando el suceso, decir que “se lo tenían merecido” y hacer apologías del asesinato por las que cualquier fascista o nazi es metido en la carcel.
Seguramente, como pasó con el bloque soviético, tendrán que pasar treinta años y caer algún muro de Berlín para que cierta izquierda se dé cuenta de su error y comprenda lo que está haciendo. Pero incluso en eso soy pesimista: aquella izquierda de la Guerra Fría, salvo honrosas excepciones, no rectificó, tan sólo se rindió: todavía muchos de ellos siguen considerando que la caída del muro fue un desastre, como acabo de oír en un programa de televisión argentino, en el que elogiaban a Mao con toda naturalidad y decían que “poco a poco vamos saliendo de aquella tragedia que fue la caída del muro”.
((Supongo que es innecesario decir que cuando digo aquí izquierda me refiero a cierta izquierda sensible o insensible ante el crimen dependiendo de donde venga. Hay mucha gente de izquierda más decente. Me atreveré a recordar a algunos españoles en la profesión periodística: Rosa Montero, Elvira Lindo, Fernando Savater, Antonio Muñoz Molina, Félix de Azua, Iván Tubau, Eduardo Mendoza. Es notorio que muchos de ellos son "traidores" y "derechistas disfrazados" paar esa izquierda dogmática e insensible))
En los tiempos del bloque soviético, cuando una decena de países estaban bajo el férreo control de Rusia y en ellos existían regímenes totalitarios que prohibían todo aquello por lo que la izquierda siempre había luchado, en aquellos tiempos, las víctimas de esas dictaduras se encontraban con una terrible paradoja cuando llegaban al llamado mundo libre.
La paradoja era que nadie les quería escuchar, o dicho con más exactitud: la izquierda no quería saber nada de ellos.
Llegaban a Occidente para contar lo que habían vivido allí y descubrían que la izquierda occidental apoyaba esos regímenes, que los intelectuales más combativos elogiaban a Stalin, a Ceaucescu y a Mao. El ejemplo sin duda más escandaloso era el de Jean Paul Sartre, quien no sólo aceptó participar en el Congreso de Intelectuales organizado por Stalin, sino que, tiempo después, cuando le asaltaron las primeras dudas acerca de aquello, se convirtió en maoísta, precisamente en la época más deleznable del maoísmo, la de la joven guardia roja y la revolución cultural, el movimiento organizado por el viejo Mao para recuperar el poder apoyándose, como siempre hacen los fascismos, en la fuerza de choque de los jóvenes. La revolución cultural y los jóvenes guardias rojos sembró el terror en China, matando, acusando y persiguiendo a todos los supuestos cómplices de la degeneración capitalista, hasta que las propias autoridades tuvieron que frenarlos porque se les iba de las manos el control del país.
Milan Kundera, uno de aquellos ciudadanos del bloque soviético que se encontraba en Occidente la incomprensión y el desinterés de los intelectuales de izquierda, cuenta en un un emocionante texto la relación entre un intelectual checo y el poeta francés Paul Eluard:.
"Kundera cuenta la historia de Paul Éluard, el poeta francés, primero integrante del movimiento surrealista y luego, tras la guerra, ardiente defensor y rapsoda del totalitarismo. Y dice Kundera: "Cantó a la fraternidad, la paz, la justicia, el mañana mejor, la camaradería, en contra del aislamiento, a favor de la alegría y en contra del pesimismo (…). Cuando, en 1950, los dirigentes del paraíso sentenciaron a un amigo suyo, el surrealista Závis Kaladra, a morir en la horca, Éluard se puso al servicio de los ideales suprapersonales, declarando en público su conformidad con la ejecución de su camarada. El verdugo matando, el poeta cantando".
(Tomado de un viejo artículo de Rosa Montero)
Pasaban los años y la izquierda, a pesar de contar con suficiente información acerca de lo que estaba pasando en los países del bloque comunista, no decía nada, se burlaban de Soltzenisthyn, de un hombre que, fueran cuales fueran sus ideas personales y sus creencias religiosas, venía de pasar años encerrado en un gulag y que contaba lo que allí sucedía en un libro impresionante, que también era despreciado por su supuesta poca calidad literaria (cosa también muy discutible): Archipiélago Gulag. Burlas que eran una bajeza semejante a la de alguien que se burlara de un gitano superviviente de los campos de exterminio nazis diciendo que en su juventud había pertenecido a una extraña secta milenarista.
La explicación (pero en ningún caso justificación) de este error de la izquierda era su afán de oponerse a Estados Unidos a cualquier precio, incluso, aunque eso significara defender a los autores de crímenes mayores que los cometidos nunca por Estados Unidos, a gentes sólo comparables en la historia de la infamia a Hitler: Stalin, Mao, Pol Pot.
Han tenido que pasar muchos años y tuvo que caer el muro de Berlín para que la izquierda radical despertara de su sueño utópico, sueño que había sido pesadilla mortal para millones de personas.
Poco a poco incluso los más recalcitrantes acabaron por admitir los crímenes que se habían cometido y justificado en nombre de la izquierda, o al menos a no defenderlos públicamente.
Ahora muchos de ellos, muchos con los que yo discutí hace 20 años o más, dicen que nunca apoyaron aquel horror.
Dos veces en la misma piedra
Tras los atentados del 11 de septiembre y el pésimo manejo de la crisis por George Bush, que hizo a Estados Unidos perder en apenas unos meses la simpatía del mundo y ganarse con todo merecimiento su absoluta antipatía, empecé a pensar que podría volver a repetirse lo que sucedió en tiempos de la Guerra Fría, que, llevados por un rechazo perfectamente razonable a la política imperialista y asesina de Bush, muchas personas se olvidaran de qué es realmente el fundamentalismo islámico y de cómo viven los países que están sometidos al clero musulmán en sus diversas variantes.
Que empeñada en la lucha antiUSA, la izquierda se olvidase de defender a millones de personas. Que llevada por su odio a Estados Unidos justificase o minimizase los crímenes de los fundamentalistas islámicos, la intolerancia religiosa que se está extendiendo en el mundo musulmán, intolerancia que convierte en un chiste la de los creacionistas de Estados Unidos.
Y creo que eso es lo que está sucediendo en este momento. No veo a la izquierda radical y combativa manifestándose contra las pretensiones de los fundamentalistas de regular y controlar lo que consideran son “sus sociedades”, e incluso las occidentales, en las que también quieren imponer sus criterios.
Matan a un cineasta holandés que hace un reportaje acerca de la discriminación de la mujer en el Islam y de la ablación y la reacción predominante es sembrar dudas acerca de ciertas simpatías que el cineasta podría tener, o alusiones a que era muy extravagante. En Dinamarca y Noruega se publican caricaturas de Mahoma y desde varios países musulmanes se llama al boicot a esos dos países ¡Por unas caricaturas! Pero no sólo eso, ahora una veintena de países musulmanes piden que se castigue a los caricaturistas.
Pero, claro, dice la izquierda radical, en este caso de repente muy receptiva a los planteamientos religiosos, es que el Islam prohíbe la representación de Mahoma. Como si eso fuese una justificación de algo.
¿Dónde están los combativos luchadores que satirizaron a Ratzinger como si fuera el Emperador maligno de la Guerra de las Galaxias o el mismo diablo? ¿Es que se creen que la Iglesia católica no perseguía en su momento de gloria ese tipo de ofensas? Javier Solana, alto comisionado de la Unión Europea no sale a defender la libertad de expresión, sino a decir que la Unión Europea condena cualquier intento de demonizar una religión. ¿Por qué no le pide entonces perdón al Papa, al que han comparado con el demonio?
Ahora la izquierda que combate ruidosamente (e insisto que con razón) la censura que quiere imponer Bush, calla cuando la censura islámica se extiende por el mundo. Porque en este momento es cierto que Estados Unidos está tomando medidas que coartan la libertad de expresión y establecen cierta censura, pero la más terrible censura actual no es esa, sino la del fundamentalismo islámico: censura que no sólo domina a todos los ciudadanos que viven en el llamado mundo musulmán, y especialmente a la mitad de su población (las mujeres), sino que se extiende por todo el planeta bajo amenaza de muerte, ya sea asesinato directo o atentado terrorista. No hay que pensar sólo en Salman Rushdie, que se vio obligado a permanecer oculto durante años a causa de una fatwa lanzada por Jomeini que decía pura y llanamente que quien le matara se ganaba el cielo. Theo Van Gogh fue asesinado y la mujer, negra y de origen musulmán, que le ayudó en su reportaje vive amenazada de muerte también. Las mujeres de origen musulmán que viven en Occidente apenas pueden hablar contra sus represores sin temor a ser asesinadas, una actriz pakistaní fue amenazada de muerte por besar a un actor indio, porque la lucha del fundamentalismo islámico en en gran medida una lucha de varones machistas y temerosos ante el cambio que se puede producir en sus mujeres, que podrían pasar de ser esclavas a convertirse en ciudadanas.
¿Y ante estos casos, qué responde la izquierda radical y combativa? Algo que suena más o menos así: “Algo habrán hecho”, algo habrá hecho Theo Van Gogh, algo habrán hecho los caricaturistas. ¿Es que ya nos hemos olvidado el poema de Martin Niemoller (atribuido erróneamente a Bretch):
Primero vinieron a por los judíos
y como nosotros no éramos judíos, no hicimos nada.
Después vinieron a por los comunistas
pero como tampoco éramos comunistas, no hicimos nada.
Luego vinieron por los socialistas
y más tarde a por los gitanos,
pero como tampoco éramos socialistas ni gitanos,
tampoco hicimos nada.
Al final vinieron a por nosotros
y ya fue demasiado tarde para hacer algo”
En la actualidad, nadie se atreve, nadie nos atrevemos, a atacar directamente al Islam, porque sabemos que nos jugamos el cuello. Yo no me atrevo a poner aquí las caricaturas de Mahoma con una bomba en vez de turbante y no animo a nadie a hacerlo, porque sé que es un riesgo real y el martirio es sólo una estupidez que sólo favorece a quien se combate.
Un riesgo que no existe si publico caricaturas de Jesucristo como un cerdo, de Bush como el diablo o de Ratzinger como el Emperador maligno. Quizá puedan llegar a censurarme, pero ¿alguien cree seriamente que mi vida corre peligro por ello?
Pero hay otras maneras de combatir el fundamentalismo islámico y su penetración paulatina en la sociedad, penetración que, por cierto, alienta al fundamentalismo cristiano que se dice: “¿Por qué no podemos hacer nosotros lo mismo, por qué no podemos ser igual de intransigentes?”.
Una de las maneras más claras es las manifestaciones, la protesta, siempre tan fácil de poner en marcha si es contra Estados Unidos. Pero como nadie protesta, como nadie defiende a los amenazados, a las mujeres sometidas, a los pueblos gobernados por los curas, entonces los gobiernos poco pueden hacer y Noruega y Dinamarca se ven obligados a exigir a los caricaturistas que pidan perdón públicamente, porque saben que no sólo los intereses de las empresas noruegas y danesas en países musulmanes están amenazados, sino también las vidas de sus ciudadanos.Y evidentemente, si yo fuera el caricaturista y temiese por mi vida, por la de mis amigos y familiares o por la de de ciudadanos anónimos, bajaría humillado la cabeza y pediría perdón. Así están las cosas y así de fuertes se sienten quienes se consideran capacitados para matar en el nombre de Alá, animados por sus líderes, sus gobernantes y sus curas. Es una ceguera política no advertir que lo que está ocurriendo en el mundo islámico fundamentalista es una propagación del odio y una justificación del racismo y la violencia que recuerda lo que sucedió en Europa en el siglo XX, el camino a un totalitarismo teocrático que ya se está imponiendo en algunos Estados y, lo que es peor, en millones de conciencias. Pero, aunque no triunfará, y eso espero, ese fundamentalismo islámico, ¿no es hora ya de decir bien alto que es un escándalo intolerable la situación de la mujer en el mundo musulmán?
Es cierto que es difícil actuar ante la amenaza de muerte, pero una cosa es no actuar porque no puedes, y otra cosa no actuar porque no quieres, y lo peor de todo este asunto es que muchos no querrían actuar ni aunque pudieran. A menudo me veo en la vergonzosa situación de escuchar a gente de izquierda, algunos incluso amigos míos, comentando casi con alegría los atentados del 11 de septiembre, bromear con ello, llevar camisetas o símbolos celebrando el suceso, decir que “se lo tenían merecido” y hacer apologías del asesinato por las que cualquier fascista o nazi es metido en la carcel.
Seguramente, como pasó con el bloque soviético, tendrán que pasar treinta años y caer algún muro de Berlín para que cierta izquierda se dé cuenta de su error y comprenda lo que está haciendo. Pero incluso en eso soy pesimista: aquella izquierda de la Guerra Fría, salvo honrosas excepciones, no rectificó, tan sólo se rindió: todavía muchos de ellos siguen considerando que la caída del muro fue un desastre, como acabo de oír en un programa de televisión argentino, en el que elogiaban a Mao con toda naturalidad y decían que “poco a poco vamos saliendo de aquella tragedia que fue la caída del muro”.
((Supongo que es innecesario decir que cuando digo aquí izquierda me refiero a cierta izquierda sensible o insensible ante el crimen dependiendo de donde venga. Hay mucha gente de izquierda más decente. Me atreveré a recordar a algunos españoles en la profesión periodística: Rosa Montero, Elvira Lindo, Fernando Savater, Antonio Muñoz Molina, Félix de Azua, Iván Tubau, Eduardo Mendoza. Es notorio que muchos de ellos son "traidores" y "derechistas disfrazados" paar esa izquierda dogmática e insensible))
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