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jueves, febrero 09, 2006

Las tres sustancias de Rosenzweig

Franz Rosenzweig es un filósofo poco conocido, pero que parece que influyó sobre uno de los más conocidos y admirados actuialmente: Walter Benjamin.
De Rosenzweig he leído El nuevo pensamiento, que es una especie de introducción, resumen o vistazo sobre su monumental La estrella de la redención.
Pero Rosenzweig no aceptaría llamar a El nuevo pensamineto “resumen”, “introducción” ni nada parecido, pues a él le “espantaban las impresiones dejadas por los usuales prefacios de filósofo con su cacareo satisfecho después del huevo puesto y su descortés menosprecio por el lector, aún cuando éste no hubiera podido hacer nada, ni siquiera leer el libro”
Así que El nuevo pensamiento no es un prefacio, sino una “respuesta a la repercusión” despertada por La estrella.
El nuevo pensamiento ocupa tan sólo 40 páginas de un volumen de más de 250: el resto son comentarios a su texto. Da la impresión de que, excepto los expertos especializados en Rosenzweig, la mayoría de los lectores se conformarán con leer El nuevo pensamiento y a sus comentaristas y pocos se animarán con La estrella, sin duda más difícil de leer.
Me gustan algunos argumentos de Rosenzweig más cercanos a lo concreto, pero no me gusta demasiado cuando expone su propio sistema, que exige del lector aceptar un postulado previo bastante exigente. Dicho con brevedad, la exigencia de Rosenzweig es que aceptemos la distinción entre tres sustancias: Dios, el Mundo y el Hombre.
Para los que no estén muy versados en filosofía, diré que la característica fundamental de las sustancias es que son absolutamente independiente y diferentes una de otras, autosuficientes y separadas.
Cuando estudié filosofía medieval me gustó mucho David de Dinant, quien también creía en tres sustancias separadas, las mismas de Rosenzweig, aunque Dinant las llamaba Dios, Materia y Alma. Este pensamiento de Dinant era claramente herético respecto a la ortodoxia cristiana, porque significaba que el Alma o la Materia no precisaban de Dios para existir. Las obras de Dinant, que parecían muy interesantes, fueron quemadas. No recuerdo ahora sí él también. Creo que no.

Una de las cosas curiosas es que en el libro dedicado a Rosenzweig no se mencione a David de Dinant, y que tampoco lo haga el propio Rosenzweig, porque hay un evidente parentesco entre ambos (tal vez Rozenzweig lo mencione en La estrella).
Pero Rosenzweig sí cita a otro filósofo que también me gusta mucho, sobre todo en su concepción del tiempo y en sus argumentos acerca del libre albedrío: Yehuda Ha Levi, un filósofo y poeta judío que, creo, ha sido uno de los pocos en casi hacer razonable la presciencia de Dios y el libre albredrío del ser humano. No recuerdo ahora con precisión el complejo argumentar de Ha Levi, pero, tal vez deformándolo un poco o tal vez inventándome yo otro argumento que a primera vista no me parece malo, podría decirse:
“Dios conoce el futuro. Esto significa que sabe qué harán los seres humanos. Eso implica que entonces los seres humanos no pueden decidir verdaderamente qué hacer, porque en ningún caso podrán contravenir ese futuro ya previsto por Dios: no pueden hacer otra cosa que aquello que, desde la eternidad, Dios sabe, que harán. Así pues, la presciencia (conocimiento del pasado, presente y futuro) de Dios es incompatible con el libre arbitrio.
Sin embargo, podemos imaginar una comparación: una madre ve a su hijo colérico y sabe que eso le hará tirar la taza que tiene en la mano, pero que después se aplacará y deseará el consuelo y el cariño materno. La madre sabe que sucederá eso porque conoce a su hijo; la observación de lo que está sucediendo le hace prever fácilmente el resultado de las acciones de ese niño. Sin embargo, el niño no actuará cumpliendo los designios de su madre, sino siguiendo su propio y libre arbitrio que es, eso sí, fácilmenge previsible para una madre inteligente.
Eso es lo mismo que hace Dios con los seres humanos, pero multiplicando el conocimiento de la madre hasta el infinito, lo que hace fácil saber el comportamiento que tendremos: somos criaturas tan previsibles para Dios como un niño colérico para su madre.
No recuerdo si por aquí iban los argumentos de Ha Levi, aunque se parecen también a los de Leibniz y su teoría de los mundos posibles: Leibniz decía (creo que en su polémica con Arnauld), que el sujeto “Cesar” y el predicado “cruzar el Rubicón” están asociados desde la eternidad y que no puede suceder otra cosa que que Cesar cruce el Rubicón, pero eso no significa que César no dude acerca de si debe o no dar ese paso sin retorno: alea jacta est (la suerte está echada). Me atrevería a decir que Leibniz conocía a Halevi, pero tengo que comprobarlo.


Teología de Rosenzweig

Ahora bien, los argumentos de Yehuda Halevi y David de Dinant, no acerca de la conciliación entre presciencia divina y libre arbitrio, sino en relación con las tres sustancias, fueron hechos en una época en la que la teología no sólo era el cauce por el que corría cualquier filosofía, sino su guardiana y dura madrastra, que no la dejaba andar sin esas muletas religiosas. Las filosofías de Halevi y Dinant son, en su momeneto y con tales limitaciones, admirables, pero hechas en 1917 por Rosenzweig, son algo parecido a filosofar desde una torre sin ventanas y no darse cuenta de que allá fuera el mundo ya no es el mismo, de que ya no podemos plantear ese esencialismo o sustancialismo que exige al lector aceptar una distinciones filosóficas aristotélico-medievales.
Algunos de los comentadores de Rosenzweig aluden a este hecho y señalan que Rosenzweig iba contra el pensamiento de su propia época de manera radical, pero la mayoría lo obvian como si ni siquiera se dieran cuenta. Es cierto que se podría decir: un buen pensador no debe dejarse dominar por el espíritu de su época (su Weltschaung) porque ese espíritiu a menudo es tan perecedero y transitorio como otras modas de la época:
“Cuando el edificio de un mundo se desmorona los pensamientos que lo idearon, que lo entretejieron, se convierten también en ruinas, quedan sepultados bajo los escombros” (Rosenzweig en Hegel und der Staat)
Eso es cierto y, por ello, Rosenzweig podría decir: “Es que yo no hago mi tarea filosófica desde un rincón del siglo XX, sino desde la eternidad”. La respuesta a eso es que la fuente de su pensamiento también era epocal: procedía de los textos sagrados hebreos y cristianos y de la filosofía hebrea medieval, con toques de cristianismo de Agustín y algunas gotas del Islam. Épocas en las que el pensamiento estaba tan al servicio de las estructuras sociales dominantes como en la época de Bismarck que él critica.

(Rosenzweig reconocía la mayor influencia judía, aunque consideraba que las tres religiones del libro eran tres tonalidades de una misma voz, aunque sentía cierto desprecio hacia el Islam por ser una religión contruida. Todas lo son, por supuesto, pero Mahoma definío el Islam paso a paso con precisión de estadista y escribió el Corán a la medida de sus intereses, a veces cambiantes, de ahí los cambios y contradicciones, que obedecen a los de la vida de Mahoma)

Después de leer El nuevo pensamiento, me quedé con la sensación de que había ideas muy interesantes pero que había que ser infiel a Rosenzweig, a sus verdaderos deseos e intenciones, para tratar con sus ideas, despojándolas de mucho de aquello a lo que Rosenzweig daba importancia vital pero que a mí me parece que es no sólo un añadido accesorio, sino un impedimento para apreciar el vigor de su pensamiento.
Creo que en esta dirección caminó Walter Benjamin (de quien no he leído nada, creo) al sufrir la influencia de Rozenzweig. En realida, hay que aplicar a Rosenzweig lo que él mismo pedía:
“Al escribir estas páginas he experimentado cuán difícil es para el autor hablar sobre su propio libro; apenas puede adjudicarse el derecho a decir algo auténtico. Pues de cara a aquello que en su obra es espíritu y, por tanto, es transpantable a otros espíritus, el autor está en igual situación que cualquier otro. Incluso para el otro, por el solo hecho de ser otro, le será siempre legítimo encargarse de, para usar la audaz frase de Kant, que por otra parte no es en absoluto tan audaz, “entender a Platón mejor de loq ue él se entendía a sí mismo”. A ninguno de mis lectores querría quitarle esa esperanza.”
Yo no sé si puedo entender a Rosenzweig mejor que él mismo, lo dudo mucho. Más bien creo que nos e trata exactamente de entender a Platón mejor que el propio Platón, sino en darse cuenta de que hay ideas de Platón que no le pertenecen a él, sino al razonar mismo: tal vez él las planteó antes que otro, pero son pensables en otras circunstancias, con otros fines y bajo otros condicionamientos epocales o personales. Del mismo modo que a Leonardo no le pertenece un color que no hizo nadie antes que él, o que una fórmula matemática puedde usarse para demostrar lo contrario de lo que pretendía el primero qaue dio con ella, así se pueden usar las ideas de Platón, Kant o Rosenzweig para construir filosofías incluso contrarias. Y ello no significa que Rosenzweig carezca de mérito o no sea más que una mera excusa para nuestra subjetividad como lectores suyos: Einstein refutó a Newton usando a Newton. Sin Newton no habría habido Einstein e incluso ahora se puede seguir considerando válida la física de Newton (siempre que se trate de bajas velocidades).
Por ello, aún considerando errado el tiro de Rosenzweig, me parece que encontraré cosas buenas y aprenderé mucho si llego a leer su Estrella de la redención.