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miércoles, febrero 08, 2006

Apuntes para un perfil psicológico de Dios

Con Dios, el Dios de los judíos, los cristianos y los musulmanes, se comete el error de interpretar sus palabras a la letra.
No me refiero a que debamos buscar la interpretación alegórica, esa interpretación que salvó al razonable Agustín de Hipona de caer en la incredulidad, y que nos permite explicar que cuando en el Génesis se cuenta que Dios creó el mundo en seis días debemos entender “seis eras cosmológicas o geológicas”, cada una de los años que queramos, o los que nos pida la moderna ciencia cosmológica o geológica.
No, no me refiero a esa herramienta para leer los textos sagrados a nuestro antojo. Lo que quiero decir es que interpretamos todo lo que dice Dios a la letra, como si se tratase del personaje creado por un autor mediocre, un personaje que siempre dice lo que piensa y que siempre hace lo que dice.
Shakespeare, y probablemente otros antes que él, nos enseñó que un buen personaje no siempre dice lo que piensa y que pocas veces hace lo que dice. Un buen personaje ha de moverse en cierta confusión o ambigüedad entre lo que piensa, lo que dice y lo que hace. ¿Es Dios un mal personaje o más bien somos nosotros malos lectores?
Entre los rasgos que hacen de Dios un buen personaje literario, podemos mencionar: tiene entre sus diez mandamientos “no matarás” y sin embargó él extermina a casi toda la humanidad; promete a sus adoradores todo tipo de beneficios si no se alejan de él y mantienen firme su fe, pero castiga una y otra vez al devoto Job.
Muchas de las contradicciones entre lo que Dios dice (lo que pide) y lo que hace, han sido usadas por los agnósticos y los ateos para denigrar la figura de Dios.
No les falta razón, pero olvidan el valor literario de la figura de este Dios, tanto más rica y compleja que la de los dioses coherentes que sólo destruyen, como Kali, o que sólo se comportan de manera justa, como Balder.
Es por eso que entre las figuras mitológicas más interesantes, desde el punto de vista psicológico, de Grecia no está Zeus, casi siempre bondadoso, casi siempre justo, a veces implacable, pero raramente cruel; tampoco Ares, el dios de la guerra, permanentemente encolerizado y sediento de sangre. Los dioses más complejos son aquellos como Dionisio, que se desliza constantemente entre la borrachera y el crimen; o Pan, que se mueve de manera parecida entre la alegría de la naturaleza y el terror pánico que sobreviene inesperadamente como una tempestad. Pero el más complejo de los dioses del panteón griego, y el más logrado en tanto que personaje literario, tal vez sea Apolo. Apolo, dios de la belleza y de la música es, sin embargo, caprichoso, vengativo, envidioso y capaz de una crueldad mayor que la de Dionisio. Cuando se contrapone lo apolíneo a lo dionisíaco a menudo se olvida la faz terrible del Apolo.
El Dios de la Biblia, además de los rasgos contradictorios de su carácter, tal vez esconda otros aspectos psicológicos en su compleja personalidad. Da la impresión, por ejemplo, de que en él hay un deseo de ser amado de manera voluntaria, pero que, al mismo tiempo (y este es un rasgo asombroso pero muy humano) él mismo impide que se produzca este movimiento de amor puro y tiende a forzarlo, como en el caso de Moisés. Sus amenazas impiden a quienes lo aman amarlo con verdadera sinceridad. Terror y amor se mezclan inevitablemente. ¿Es que Dios teme ser amado sin más, sin que ello tenga algún tipo de trágica consecuencia? Por eso es tan hermoso aquel soneto cantado por Morente en su hermosa misa gitana, que dice:

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

¡Tú me mueves, Señor! Muéveme el verte
Clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muévenme en fin, tu amor, y en tal manera
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
(Soneto a Cristo crucificado, anónimo)

Algo que, me parece, no le gustaría nada a Dios, él necesita ser amado por algo: por miedo, por la promesa de salvación, y cuando es amado incondicionalmente siente la necesidad de poner a prueba ese amor. Además exige ser amado con fidelidad absoluta: "No amarás a otros dioses", practicando eso que algunos psicólogos llaman "contrato narcisista".
El amor que más parece haberlo complacido es el de Jacob. Jacob ya estaba dispuesto a dárselo sin condiciones, pero Dios, todavía no satisfecho, exige un sacrificio que pruebe ese amor: le pide que le sacrifique a su hijo Isaac. Y allá va Jacob, decidido, sin dudarlo un momento, sin suplicar clemencia, fiel a su Dios. ¿Qué habría hecho Dios si Jacob no hubiese mostrado una fidelidad tan asombrosa, si hubiese dudado por un instante? ¿Le habría obligado a ir hasta el final?
Por cierto que Dios es también extrañamente juguetón y travieso, se divierte con pequeñas crueldades, como el ya mencionado castigo al fidelísimo Job y la antes mencionada prueba a la que somete a Jacob, o cuando castiga al Faraón por haber tomado a la esposa de José, a pesar de que José nunca le dijo que era su esposa, sino su hermana. Mala suerte, por habértelo creído, parece pensar, de la forma más ilógica, Dios. Las travesuras de Dios son las de alguien que ríe a costa del dolor ajeno, como uno de esos gamberros que gastan novatadas a los recién llegados.
Por otra parte, ¿de qué manera hemos de interpretar que Dios decida mostrarse de tres maneras diferentes a judíos, cristianos y musulmanes y que a cada uno de ellos les exija distintos comportamientos para alcanzar la salvación?. ¿O qué pensar de la esquizofrenia absoluta entre el Dios del Antiguo Testamento, cruel, celoso, vengativo, y el del Nuevo Testamento, que parece sostenerse en el amor? Tal vez debamos pensar que no existe tal esquizofrenia y que se trata de otra de sus bromas, de la que, en esta ocasión, la víctima es su propio hijo Jesucristo, quien cree que su Padre ha cambiado, que se ha reformado, pero acaba descubriendo que no es así y que su Padre es el mismo Dios cruel de siempre, quien, en su soberbia, parece decirle a Jacob unos siglos después: “Yo sí soy capaz de sacrificar a mi propio hijo”.
Jesucristo, por cierto parece descubrir la broma en el último momento:
A la hora nona gritó Jesús con fuerte voz: = «Eloí, Eloí, ¿lema sabactaní?», - que quiere decir , «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?» (Marcos 15:34)

[Supongo que es necesario aclarar que este texto lo escribí antes del asunto de las caricaturas de Mahoma y no tiene absolutamente nada que ver con ello. POr otra parte, sí que debe ser innecesario aclarar que este es un ensayo fenomenológico: describe el fenómeno religioso y lo interpreta como si fuera todo verdad: es obvio que las contradicciones de Dios se explican con más facilidad si pensamos, que es lo más razonable, que el Dios de la Biblia es un invento creado por personas diferentes en diferentes épocas.]