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jueves, febrero 16, 2006

La galería doblemente inmóvil

Hace unos meses que abrí una página llamada La galería doblemente inmóvil. En ella
puedes ver fotos del hombre de negro junto a estatuas del mundo.

Poco a poco iré añadiendo textos a esas fotos y a otras.

Como en el caso de esta de Séneca que copio aquí:


Con Séneca en Córdoba

Córdoba 2005

Séneca, al que los españoles llaman de manera anacrónica "español", nació en Córdoba.
En una Córdoba que no era cristiana, porque entonces el cristianismo no era la religión del Imperio Romano, sino uno de los proveedores de víctimas para los espectáculos del Coliseo.
Es importante recordar estos datos, porque uno tiende a superponer las imágenes y crea parques temáticos de la imaginación en los que Séneca se pasea con Ortega y Gasset y Maimónides por la mezquita de Córdoba.

Dicen que Nerón quemó Roma y echó la culpa a los cristianos: quería construir sobre las ruinas de la casi milenaria ciudad la nueva capital: Nerópolis.

Otros dicen que eso son difamaciones de los cristianos, sus enemigos.

Lo más curioso del asunto es que Nerón fue educado por dos de los grandes filósofos de su época, Séneca y Burro, que gobernaron con justicia el Imperio durante un tiempo, pero Nerón acabó convirtiéndose en uno de los más sanguinarios emperadores y obligó finalmente a Seneca a suicidarse, tal vez por participar en un conspiración contra él.

Seneca es considerado estoico, pero era un filósofo muy tolerante y en sus escritos reconoce la influencia y las virtudes de Epicuro, el filósofo del placer, considerado, de manera simplista, lo contrario del estoicismo.

Séneca se consideraba ciudadano del mundo, como todos los sabios de la Antigüedad, como Aristipo y como Epicuro. Sobre su ausencia de patriotismo este hermoso fragmento de la Consolación a Helvia:


Recorramos todas las tierras; ni una sola encontraremos en el mundo que sea extraña al hombre. Desde todas ellas se eleva nuestra mirada a igual distancia hacia el cielo; y el mismo intervalo separa las cosas divinas de las humanas. Mientras no se prive a mis ojos de este espectáculo de que no se sacian, con tal que se me permita contemplar la luna y el sol, sumergir mi vista en los demás astros, interrogar su salida y su ocaso, su distancia y las causas de su marcha, unas veces rápida, otras lenta; admirar durante las noches tantas brillantes estrellas, inmóviles unas, desviándose ligeramente otras, pero girando siempre en la órbita que tienen trazada, y en tanto que unas se lanzan de pronto, otras nos deslumbran con un rastro brillante como si fuesen a caer, o vuelan arrastrando en pos inflamada cabellera; con tal que viva en esta compañía, y me mezcle, en cuanto puede mezclarse el hombre, a las cosas
del cielo; con tal que mi alma, aspirando a contemplar los mundos que participan de su naturaleza, se mantenga en las regiones sublimes, ¿qué me importa lo que piso?

La galería doblemente inmóvil